miércoles, 13 de marzo de 2024

DELPHINE DE VIGAN, NADA SE OPONE A LA NOCHE: LA MIRADA HACIA LA VERDAD Y SUS MÚLTIPLES VERSIONES

 


Cuáles son los límites que bordean a la verdad en la necesidad de delimitar todas y cada una de las experiencias que tenemos a lo largo de la vida. A esos hechos contrastados que nos llevan a reinterpretar lo visto y lo vivido de una forma distinta dependiendo de la persona que los haya experimentado. La verdad, entonces, se convierte en algo relativo, dependiendo de quién nos la cuente, y Delphine de Vigan en Nada se opone a la noche, nos lo demuestra al abordar la vida y el recuerdo de su madre, Lucile, en una secuencia de hechos, vivencias y tiempo que nos lleva hacia ese terreno donde debemos aceptar que nuestro mundo gira entorno a la mirada hacia la verdad y sus múltiples versiones. Esa multiplicidad que, en principio, parece perniciosa, es sin embargo una perfecta herramienta que nos traslada hasta la multiplicidad y los diferentes enfoques que una vida —o un hecho concreto de la misma— nos llevan a pensar que no todo es lo que parece. De esa duda existencial es de la que se nutren nuestros sentidos, y también nuestros sentimientos, lo que desemboca en esa expiación que llevamos a cabo sobre los acontecimientos que nos han marcado —y nos marcarán— el resto de nuestra existencia. El hombre, como ser sensible que es, no es inmune a los destrozos y a las incertidumbres, sobre todo, si afectan a nuestros seres queridos, pues esa es la señal genética que nos distingue del resto. 

Nada se opone a la noche es una novela-búsqueda. De los otros, pero también de uno mismo a través de los otros, y de nuestras propias experiencias. Esa mirada ambivalente es la que se refleja en cada página de esta novela arriesgada por la temática que trata y profundamente conmovedora por el modo en el que lo hace. El estilo directo en forma de diario de investigación en el que se agolpan los recuerdos, los sentimientos encontrados, y las verdades que permanecían ocultas, hacen de este relato familiar un todo trasgresor de las buenas costumbres o comportamientos sociales, para acercarse al horror de la barbarie que todos tenemos en nuestra cara oculta, aquella que no dejamos ver salvo cuando perdemos la consciencia de la realidad. Esa ambivalencia entre el exterior y el interior es la que le posibilita a Delphine de Vigan escribir un fresco al natural de toda una familia, y lo que es sin duda más importante, de toda una época en la que asistimos atónitos muchas veces a los modos y costumbres que nos parecen testigos de un pasado muy lejano y, sin embargo, no lo son. Su valentía a la hora de ofrecernos esta desgarradora crónica de la vida de su familia posee el don de la multiplicidad, por ser ese el elemento en el que la escritora basa su relato que, en el plano formal, está escrito con brillantez por el reflejo de verdad que desprende, y articulado a través de párrafos cortos o largos que la permiten dibujar múltiples matices de cada uno de sus familiares en un mismo capítulo, y al lector, tener una visión más amplia de lo narrado. 

Delphine de Vigan afronta esta novela con una gran dosis de arrojo a la hora de poner encima de la mesa sus vísceras. Desnuda su alma, y confronta su confusión con el resto del mundo con una intensidad encomiable, por lo que tiene de real, próxima y literaria, pues el ritmo de sus palabras es siempre enérgico, a veces veloz y otras innegociable por su carácter arrasador. Su verdad sobre la verdad es un circunloquio de sueños perdidos y realidades ocultas que al salir a la luz se transforman en universales, dado el pulso íntimo y humano que las acoge. De Vigan disecciona, aparta, selecciona y nos ofrece el producto final de una familia y sus consecuencias. De aquello que, con el tiempo, dejará de tener interés, y que ella, con esta novela ha logrado que sea una historia de historias que navegarán por las mentes de los lectores que se acerquen a ella durante toda su vida. Y si no, sirva de ejemplo este texto que escribe su madre para acercarnos la mirada hacia la verdad y sus múltiples versiones. 

«¿Conoces esa enfermedad febril que se apodera de nosotros en medio de las frías miserias, esa nostalgia del país desconocido, esa angustia de la curiosidad? Es un territorio que se te parece, donde todo es hermoso, rico, tranquilo, honesto, donde la fantasía construyó y decoró una China occidental, donde la vida es fácil de respirar, donde la felicidad está casada con el silencio. ¡Allí hay que ir a vivir, allí hay que ir a morir!» 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 5 de marzo de 2024

TRUMAN CAPOTE, PLEGARIAS ATENDIDAS: EL ÚLTIMO CANTO DEL CISNE

 


Se suele decir que la realidad supera a la ficción cuando nos acercamos, o nos acercan, hechos que consideramos como insólitos o no creíbles por el poder que tienen de superar con creces todas las situaciones posibles que hemos sido capaz de imaginar a lo largo de nuestra vida. Truman Capote lo sabía mejor que nadie y, quizá por eso noveló las vidas ajenas, para darles una forma más digna y literaria a la realidad que vivían. Un privilegio de vida acomodada y alcahueta —en el caso de Plegarias atendidas— que su novela de no ficción A sangre fría le proporcionó. Esa subida a los altares que tanto pretendió desde su malograda infancia tuvo en esta incompleta Plegarias atendidas el último canto del cisne que él deseaba comparar con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; una obra que debía ser total y un ajuste con la vida que, en un principio nunca tuvo, y más tarde malogró al no ser capaz de controlar su ego y sus excesos con el alcohol. Uno, por su capacidad de no conocer límites a la hora de destruir las vidas ajenas que él pretendía inmortalizar bajo su pluma; y otro, por la desmesura que lo hizo cuando intentó asomarse al abismo de la autodestrucción. En este sentido, Plegarias atendidas —compuesta por tres relatos: Monstruos vírgenes, Kate McCloud y La Côte Basque— es la constatación de su ilimitada fortaleza cuando su mundo gira entorno a la perversión, y donde su recreación se mueve alrededor de la literatura y el arte de la seducción, basados ambos en la provocación como materia prima. Capote parece decirnos que si no hay límites no hay pecado, o posibilidad de sentirse herido si eres el foco de su lujuria literaria, pues él, como buen falso e icónico dios, te salvará del anonimato que por mucho dinero que tengas rodea a tu vida. Esta crónica de crónicas tiene una última redención en el uso de la palabra. Magistral, por otra parte, cuando el genio del escritor norteamericano se muestra indolente con todos y consigo mismo. Esa ansia irrefrenable de querer morir matando es una muestra más de su mordacidad y de la constatación de que para él la literatura y su esencia están por encima de cualquier otra consideración, porque en esta recopilación de relatos asistimos sin remordimiento alguno al retrato espeluznante de unas vidas que el gran estilo de Capote, a la hora de narrar historias, se muestran como un narcótico que te posibilita disfrutar de aquello que estás leyendo sin apenas ser consciente de su infinita crueldad. Irónico, a la vez que soez. Observador e hipnotizador en sus diálogos y en las caricaturescas caracterizaciones de sus personajes, Capote vuelca sobre su escritura la maestría del fabulador que interpreta y reinterpreta la realidad, y lo hace en un viaje que va desde el sur de los EE.UU a Nueva York. Del anonimato al estrellato. De la inocencia perdida al flirteo consciente de su fin. De la finalidad material de sus propuestas a la ambición literaria que conllevan cada una de ellas. Ese mundo interior, convulso por apasionado, y aterrador por destructivo, es el que sigue las líneas generales de las narraciones presentes en Plegarias atendidas, un romance á clef en el que el verdadero y genuino personaje de todas es el propio escritor tras la careta de su protagonista P.B. Jones. 

La técnica de convertir la realidad en una literatura de testimonio no es nueva en Plegarias atendidas, Capote ya jugó con esta técnica en su conocido relato Un día de trabajo donde acompaña a Mary Sánchez —una mujer de la limpieza a la que él contrata algunas veces—, en una de sus jornadas de trabajo. Departamento, tras departamento, la brillantez y la sagacidad de Capote nos hace una disección inteligente y ajustada a la realidad de las gentes de Nueva York que, en este caso, él utiliza para hacer un mapa sociológico de la misma y de las costumbres de las personas que la habitan. Historias de mujeres y hombre infelices que, como el propio Capote buscan su redención a través de la necesidad de ser escuchados. Y, quizá, contra ese silencio es de donde nazcan las mágicas y crueles palabras de Capote que, como una serpiente en apariencia indefensa llega a enrollarse en ellas hasta conseguir asfixiarlas. ¿Qué es el último canto del cisne sino el ajuste con toda una vida? 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 4 de marzo de 2024

VIVA SUECIA, FIN DE GIRA EN EL WIZINK CENTER DE MADRID: EL AMOR DE LA CLASE QUE SEA





Apoteósico fin de fiesta de un grupo y una gira que siempre recordarán y, a buen seguro, les colocará en lo más alto del escalafón del pop indie español. Había muchas ganas de divertirse y pasarlo bien por parte de las 16.073 personas que abarrotaban el Wizink Center capitalino acostumbrado ya al llenazo tras llenazo, lo que no fue impedimento para que el grupo y los allí reunidos lo vivieran como esa apasionante e inolvidable primera vez. Una primera vez que, como muy bien nos recordó el cantante de Viva Suecia, Rafa Val, ha tardado diez años en llegar, igual que un largo romance que por fin encuentra una salida a tanto éxtasis. Romance, éxtasis o amor, sobre todo amor, pues ese fue el mensaje que, unido a la fuerza volcánica del grupo, los ha llevado a ese lugar privilegiado de las stadium band en el que desarrollarán su carrera en el próximo futuro. Ya desde el inicio con No hemos aprendido nada se agarraron con al entusiasmo que demuestran en cada actuación, lo que le permitió disfrutar de un concierto que esta vez fue un poco menos acelerado que en otras ocasiones, lo que agradecieron tanto los componentes del grupo como los espectadores, pues unos y otros pudieron reponerse y relamerse con los interludios que se fueron produciendo a lo largo de una hora y cuarenta minutos. Actos de una obra completa donde actores y público disfrutaron de una perfecta comunión de afectos y ritmos entre los que se colaron las colaboraciones de Dani Fernández En Lo siento, Valeria Castro en Hablar de nada o Luz Casal en La parte difícil, una canción que el grupo interpretaba por primera vez en directo, y a la que Luz puso una serenidad y una firmeza dignas de encomio a pesar de lo breves que fuesen. 

Lejos queda aquella accidentada actuación en la Sala Ocho y Medio como teloneros de McEnroe donde a Rafa se le estropeó su guitarra eléctrica y tuvo que renunciar a ella. Un elemento tan importante en su sonido y puesta en escena que, sin embargo, aquella noche suplió con una guitarra acústica que cumplió a la perfección su cometido. Un gran salto en el tiempo y en su música que les ha llevado a saborear las mieles del éxito más rotundo, a pesar de que su último álbum no sea el mejor de todos, pues sus pasos iniciales por Subterfuge están plagados de grandes destellos musicales. No obstante, Viva Suecia ha sabido dar a sus canciones ese toque personal que los distingue ante sus seguidores, y que brilla con luz propia como el sábado pasado lo hizo la magnífica y estética infografía que acompañó a su canciones y que, sin duda, envolvió como el mejor papel regalo la esencia de su música. Una música que sonó con una fuerza y una limpieza dignas de admiración. Una música acompañada de inicios mágicos e inesperados, y también de coros de las dieciseismil almas que querían hacer de esa actuación algo único, y a fe que lo consiguieron. Lágrimas y besos entre los miembros del grupo —Rafa Val, Jesús Fabric, Alberto Cantúa, y Fernando Campillo— a los que acompañaron, entre otros, una versátil dj y multi-instrumentista Carmen Hoonie, y el saxofonista que deleitó con su sonido una buena parte de sus canciones. 

Tras La parte difícil sonaron temas como La voz del presidente, Algunos tenemos fe, Justo cuando el mundo apriete, o Hacernos polvo, entre otras, justo antes de que el grupo se retirara para volver al escenario a hacer el consiguiente bis y Carmen Hoonine se marcara una magnífica sesión de música electrónica que hizo las delicias del público asistente, y a la que siguió Todo lo que importa con una intro en plan rave, Lo que te meres y El bien, con un fin de fiesta en el grupo estuvo bailando sobre el escenario, sin duda, la mejor imagen que podría escenificar el amor de la clase que sea. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 20 de febrero de 2024

FEUD, CAPOTE CONTRA LOS CISNES: LAS PLEGARIAS NO ATENDIDAS DE LA AUTODESTRUCCIÓN

 


El genio, a veces se convierte en un monstruo y, también, en el peor reflejo de su más nefasta versión. Eso, quizá, fue lo que llevó a Truman Capote a ser una leyenda borrosa y equivocada de sí mismo. Tan equivocada que, en ocasiones, tapó su genialidad como escritor, pues no en vano fue uno de los más destacados narradores de la literatura norteamericana del siglo XX. Su técnica literaria destacó por la perfección de su estilo narrativo, y su manera de mirar y captar el mundo de un modo desafiante que siempre buscaba la profundidad de una realidad a la espera de ser atrapadas. Cazador de instantes e imágenes reconvertidas en palabras, sonidos, rumores y runrunes con los que afilaba su estilete literario a la hora de definir y crear sus personajes. A veces tiernos y casi inocentes como los de sus relatos Una Navidad o Un recuerdo navideño, donde somos testigos de su infancia sureña y la falta de cariño al que le sometió su madre al abandonarle con su familia. Y, otras, corrosivos, como el hedor que desprende su cuento La Côte Basque. De cualquier forma, Capote estuvo al servicio de su profesión y a la obsesiva necesidad de hallar la profundidad estilística anhelada, pues siempre se reprochó a sí mismo no llegar a dar todo el genio y la capacidad que tenía dentro a la hora de concebir cada una de sus novelas o relatos, tal y como nos apunta su editor Joseph M. Fox en el prólogo de su novela póstuma Plegarias atendidas publicada en España por la editorial Anagrama en el año 1987, y en la que se basa la serie recién estrenada en HBOMAX: Feud, Capote contra los cisnes. Una serie que define muy bien la frase de Santa Tersa de Jesús de donde procede el título de la novela anteriormente citada: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas». Ese fue el corte en la yugular que el propio Capote se dio a sí mismo al novelar sus experiencias y confidencias con las mujeres de la alta sociedad neoyorquina de los años 70. Damas a las que denominó cisnes. Ánades caracterizados por su belleza exterior y su fragilidad interior. Feud, Capote contra los cisnes es un desconsolador y perverso ejercicio de autodestrucción en varias fases que, de una forma consciente, o no, Capote se auto infringió con tal de volver a recobrar el brillo de su carrera literaria tras el inmenso éxito de su novela de no ficción, A sangre fría, con la que se hizo famoso en el mundo entero. Hay también mucho de ese ejercicio de verosimilitud mordaz y dañina reconvertida en ficción novelística en Plegarias atendidas, donde la realidad es absorbida por la mirada del escritor hasta convertirla en algo único y si se quiere delirante. Pues esa es la genuina arma letal con la que Truman Capote redime a su estilo literario de su macabro efecto mortífero, justo cuando su pluma se transforma en un afilado estilete. 

El acierto de Feud, Capote contra los cisnes reside en esa mágica transmutación en imágenes de las palabras del genial escritor, y que el director de casi todos los capítulos de la serie, Gus Van Sant, ha sabido plasmar con mucha naturalidad y acierto, tanto en los primeros planos como en las largas secuencias donde Tom Hollander interpreta la dicción, los gestos y amaneramientos de Capote de una forma soberbia, lo que nos traslada a su faceta más retorcida de ver el mundo y manipular a las personas que estuvo tan presente en esa última etapa de su vida, cuando el escritor se vio reconvertido en el bufón de la alta sociedad norteamericana. Unas características y una caracterización que podríamos hacer extensible a Naomi Watts en su papel de Babe Paley. Sin duda, la mejor réplica que el personaje de Capote podría tener, pues el juego de sus cómplices miradas, la gestualidad de su boca, y la elegancia de sus movimientos se muestran como el inigualable equilibrio frente a un Hollander entre disperso y atento, cómplice y adulador, meticón y chismoso. En esta historia entrecortada de celos y traiciones, el tiempo y la forma en la que se han montado las imágenes de cada uno de los capítulos, son una nueva muestra del escrupuloso y mimético cuidado que se ha tenido a la hora de transitar por el caos existencial de Capote y la vacuidad de sus cisnes, apenas figuras de porcelanas esperando a ser tiradas al sueño y yacer rotas en mil pedazos. Ese efecto de fragilidad se contrapone a la temporalización de los duros flashback que hasta ahora hemos podido ver. Factores, todos ellos, que juegan a favor de esta serie que, sin duda, estará entre las más nominadas del año, entre otras razones, por ser una certera visión de que aquellas plegarias no atendidas son el camino más corto hacia la autodestrucción. 

Ángel Silvelo Gabriel.

SONSOLES SÁNCHEZ-REYES, EL ALMA EN LOS VIAJES: SENDAS QUE BUSCAN EL ENCUENTRO CON UNO MISMO


 

El viaje como búsqueda, exploración y encuentro. El viaje como esa última meta de aquello que una vez soñamos, intuimos y anhelamos. El viaje como punto de encuentro infinito y perdurable por lo que tiene de ensoñación y deseo de todo aquello que al menos una vez necesitamos que se hiciese realidad. El viaje, como punto inicial y final de nuestras vidas. 

De esa inmaterialidad, que busca la materialidad del tacto o la fascinación de la mirada, nacen los relatos que Sonsoles Sánchez-Reyes nos ofrece en este libro de viaje de viajes. Itinerarios de observación, especulación y fe. Pues de esa fe de la que parten se transforman en sendas que buscan el encuentro con uno mismo. Viajar es pensar. Y ver. Y mirar. Y cómo no, observar y contemplar lo vivido al recordarlo. Ese influjo que proviene del viaje y su magia es del que se alimenta ese otro viaje interior que permanece a lo largo del tiempo en nuestro recuerdo. De esa sinergia trascendental por lo que tiene de inmanente nacen estos grandes y pequeños viajes donde las anécdotas y hechos históricos que las provocan exploran las circunstancias más relevantes de unos hechos que siempre son singulares cuando no trascienden lo anecdótico para llegar a lo permanente. Historia y vida se dan la mano con la complicidad de la limpia visión de Sonsoles. Esa mirada que se ciñe a aquello que nos narra con la transparencia de las primeras veces, cuando todo es sorpresa y no hay espacio para nada más. Esa mirada de la escritora abulense también es perspicaz y se revela como la de una narradora perspicaz que insiste en llegar al lector de una forma directa. 

El alma en los viajes nace de un blog en el que Sonsoles ha volcado sus experiencias viajeras y, desde el que alguna manera, también parte su visión de la vida y de las historias que impregnan su sabiduría y recuerdos. Viajes que, como ella misma dicen parten de su ciudad natal, Ávila, por ser ésta su raíz y su motor de vida. Ávila, monumental por definición, y bella por su sencillez y donosura siempre impregnadas por la bondad de sus gentes y personajes históricos que la resguardan de la volatilidad de la fama. «La fama es inconstante, como una muchacha caprichosa», como nos dijo John Keats. Viajes con alma y el alma de unos viajes que recorren la Historia y las tierras de España, Francia, Bélgica, Italia y Reino Unido. Territorios que desde la propuesta que nos hace Sonsoles se dan la mano como esos nuevos compañeros de viaje que quedarán a lo largo del tiempo. Entrañables por lo que tienen de cicerones de nuevas experiencias. Y únicos por ser los testigos de aquello que un día soñamos, pues no en vano El alma en los viajes nos descubre las sendas que buscan el encuentro con uno mismo. 

Y, por si quieren más, disfruten con las fotografías de Gabriela Torregrosa Benavent que documentan y nos acercan los lugares, monumentos y protagonistas de cada uno de los relatos. Y con el prólogo de Carlos del Amor, como puerta de entrada a esta forma tan singular de viajar con el alma. 

 Ángel Silvelo Gabriel.

viernes, 16 de febrero de 2024

NEWDAD, MADRA: LA FUSIÓN ENTRE ALMA Y MÚSICA


 

Tras sus exitosos y fulminantes Ep’s: Waves y Banshee, el grupo de Cork publica su primer larga duración, MadraPerro en irlandés—. Un disco con once temas, y cuyo primer single es el corte que lo abre: Angel, un tema pleno de madurez y energía contenida. Desde esa propuesta inicial Newdad nos muestran que la fusión entre alma y música sea quizá la mejor apuesta que, combinada con la sencillez, les ha llevado al mayor de los aciertos, pues sus composiciones les están llevando a ese lugar —único y personal que todo autor anhela—, y que ellos propician con su particular sonido teñido de guitarras en ocasiones leves, y otras contundentes cercanas al shoegaze o a un pop lírico sin concesiones, como demostraron hace poco en su actuación en la BBG inglesa cuando reinterpretaron el tema de The Cure, Just like heaven. Un grupo, el de Robert Smith, con el que se les ha dado en comparar junto a New Order o Cocteau Twins, aunque debemos advertir que sus canciones hasta el momento carecen de instantes tan tremendistas u oscuridad total. Lejos de comparaciones que nos fijen el objetivo de su música, Newdad junto a la voz de su cantante, Julie Dawson, son una magnífica excusa para alojarnos en ese universo propio que están creando. Universo de temas intimistas y desgarradores que nos invitan a mirar el mundo sin más contemplaciones que las de hacer frente a la realidad. Un estigma al que ellos se aferran para denunciar el acoso escolar o la invisibilidad a la que en demasiadas ocasiones somos condenados. De esa injusta condena nacen unas canciones que buscan en las entrañas de los fracasos, olvidos y desencuentros, para a partir de ahí, rebelarse contra todos ellos y crear algo nuevo. Nuevas creaciones que, en la denuncia, buscan algo de esperanza. Redentora si se quiere, pero muy bien expresada cada vez que Dawson canta, pues su voz nos sugiere la posibilidad del cambio y la constancia del que al final sale del agujero al que otros le han llevado. 

Con una formación básica de guitarras, bajo y batería, Newdad exploran sonidos que nos llevan tanto a instantes oníricos y atmosféricos como al clásico runrún shoegaze intimista y atormentado en una versión postmillennial que acompañaría muy bien a las imágenes de la serie Gente normal basada en la novela homónima de la escritora irlandesa Sally Rooney. Nosebleed es un buen ejemplo de ello, con sus suaves guitarras y una melodía que se asemeja a esa dulce caricia que nos reconforta del dolor. Ahí es donde la producción del disco se hace más que efectiva a la hora de ejemplificar la profundidad de un sonido que nos hace viajar a través de sus notas, y la imagen que han elegido para la portada del disco. Algo que también podríamos decir de Lets go, un tema en el que esta vez el grupo trata de mostrarnos su cara más agresiva y rítmica, en consonancia con sus primeros trabajos. Un camino que siguen explotando en Nigthmares con audacia y brillantez en lo que podríamos denominar como un medio tiempo en las composiciones del grupo, a las que se adhieren con más brillantez en Madra, la canción que cierra el disco y le da nombre, y que es la mejor muestra de un grupo que tiene todas las papeletas para seguir creciendo con la fusión entre alma y música. 

De momento, su gira de presentación se circunscribe a Irlanda y el Reino Unido: https://www.newdad.live/    

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 13 de febrero de 2024

ITALO CALVINO, LAS CIUDADES INVISIBLES: LAS CIUDADES COMO METÁFORA DEL VIAJE A LO LARGO DEL TIEMPO



 Las ciudades como metáfora del viaje a lo largo del tiempo. Así nos lo plantea Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Breves relatos que utilizan las ciudades como paradigma de la vida y el paso del tiempo. Reflexiones que surgen del viaje y la observación, y que son evacuadas por la transmisión oral, quizá la más antigua de las formas de comunicación entre seres humanos. Transmisión oral que no sólo se basa en las palabras, sino que también usa los gestos, el mimo o los dibujos para hacer entender una parte de aquello que se esconde tras el viaje. El viaje como inicio y vertebración de los múltiples itinerarios que nos ofrecen la posibilidad de perdernos para volver a encontrarnos. Viajes en la memoria, y por tanto, al pasado, pero también al futuro, a esos otros yoes que nunca han sido ni serán: «Los deseos ya son recuerdos.», nos dice Calvino. De ahí, que razón e imaginación sea el binomio que recorre estos relatos de ciudades que son producto de la imaginación y el deseo. De la premura de lo observado y la senectud de los recordado. Es de ese recuerdo, y de sus múltiples variantes, del que parte el significado y el hilo conductor de este sueño de sueños que diría Pessoa. En este sentido, el conocimiento de las ciudades, y de uno mismo, se realiza por el reflejo de los recuerdos y las ausencias. Así, una ciudad nos recuerda a otra como cuando confundimos a una persona con otra. Lo que nos lleva a plantearnos: ¿Es Kublai Kan un espejismo, o la conciencia del propio Marco Polo?, o ¿es, simplemente, un interlocutor imaginario entre él y sus pensamientos? Calvino nos da alguna pista cuando nos dice: «…la extrañeza de lo que no eres o no posees más, te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.» 

Como nos dice el propio autor, este libro —inclasificable y cercano a la ciencia ficción— es quizá el último poema de amor a las ciudades por lo que tiene de atemporal, pues a lo largo de los viajes que realiza Marco Polo, las ciudades dejan de tener una presencia física para convertirse en una más simbólica que parte de nuestros deseos y de los recuerdos que éstos nos proporcionan. Más, si cabe, si pensamos que los relatos que lo componen son una gran metáfora acerca de las megalópolis actuales. Metáfora en forma de parábola o ensayo que recorre una a una sus carencias y desmesuras, así como, la soledad o la incomunicación que las acoge, o las arquitecturas imposibles que las definen y que son las culpables del borrado de su pasado por mostrárnoslas como ciudades imposibles, inhabitables, invisibles…, cuya única opción de ser imaginadas es la de poder volver a ser reconstruidas. De ahí nace la oposición entre la realidad y su reflejo: idénticos, pero no iguales, porque una cosa es la imagen que nosotros tenemos de las ciudades o el mundo, y otra, la realidad de las mismas. La imaginación aquí hace una función de engaño, porque muy a nuestro pesar, las ciudades se destruyen a sí mismas, se fagocitan y se sepultan bajo sus desperdicios. En contraposición a todo ello podemos seguir el ejemplo de Marco Polo cuando le dice al Kubai Klan: «… aquello que buscaba era siempre algo que estaba delante de él, y aunque se tratase del pasado era un pasado que avanzaba a medida que él avanzaba en su viaje, porque el pasado del viajero cambia según el itinerario cumplido, no digamos ya el pasado próximo que cada día que pasa añade un día, sino el pasado más remoto. Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: La extrañeza de lo que no eres o posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.» De esa fuerza que siempre nos obliga a seguir hacia adelante nace el concepto de la ciudad como fruto de la imaginación y la ensoñación de aquello que: «se acepta como necesario cuando todavía no lo es… o lo que se imagina como posible y un minuto después deja de serlo». Quizá, porque Las ciudades invisibles de Italo Calvino sean una metáfora de sí mismas que nace del viaje a lo largo del tiempo. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 23 de enero de 2024

TEATRO FERNANDO FERNÁN GÓMEZ, TÍO VANIA DE ANTÓN CHÉJOV EN VERSIÓN Y DIRECCIÓN DE JUAN PASTOR: LA INFELICIDAD COMPARTIDA

 


El tiempo y la posibilidad de rememorar el presente a través del pasado. Ese presente pluscuamperfecto que, al atraerlo hacia nosotros mucho tiempo después, se nos muestra más benigno y menos belicoso. ¡Ay, los recuerdos y su matiz caprichoso! ¿Para qué amargarnos con lo que fuimos si no hemos sido capaces de llegar a ser todo lo que deseamos? La distancia entre pensamiento y realidad siempre es trágica, por imperfecta e inabarcable. Sin embargo, en manos de Chéjov es tragicómica. Y en la versión de Juan Pastor iluminada por un rayo de esperanza. Tío Vania representa la lucha diaria contra uno mismo. Contra sus ideales. Y contra la apatía de vivir. Quizá, Fernando Pessoa fue quién mejor representó esa sima entre el ser y el no ser, o entre el ser querido y el yo manifestado cuando expresó: «Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida». Palabras que, como las buenas intenciones, se las lleva el viento del olvido. Este sentido trágico de la vida que nos expone el dramaturgo ruso Antón Chéjov en su obra, Tío Vania, nos plantea las consecuencias que tiene toda vida perdida y la insatisfacción e infelicidad que ésta provoca en el espíritu de las personas. Todos los personajes de esta obra, en mayor o medida, deambulan por ese espacio esponjoso en el que han perdido el ímpetu a la hora de luchar por sus sueños. Anhelos que, el día a día y la falta de coraje, no les han permitido realizar. Una cualidad que, en términos generales, el pueblo ruso ha experimentado a lo largo del tiempo, y a la que Chéjov y su benevolencia han matizado con la melancolía y la cercanía al ser humano. Todo ello, en contraposición con su esfuerzo vital, porque Chéjov nació en el seno de una familia pobre en Taganrog. Obligado a trabajar desde niño, él se rebeló contra su destino y la tiranía de su padre refugiándose en la literatura, aunque siempre sobrepuso su labor científica como médico a la literaria como escritor. De sus contratiempos, enfermedades y su carácter retraído, extrajo esa cercanía y bondad hacia el otro, más si cabe, cuando supo en primera persona del deterioro al que te condena la vida y los sentimientos de hastío y tedio que éste conlleva. 

La versión de Tío Vania que nos ofrece Juan Pastor en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid explora, por su parte, la concepción de la infelicidad compartida, a la que eliminando sus actitudes crueles e injustas, hace que parezcan circunstancias felices que antes permanecían escondidas. Esta revisión amable del pasado el director nos la proyecta desde un espacio estrellado a modo de cúpula protectora, y en un juego de doble escenario que surge como una membrana de lo que se ve y lo que se oye. Además, Pastor le dota de un carácter tragicómico a la obra con tintes ecologistas en sus referencias a los bosques y la destrucción de la naturaleza por parte del Hombre. Ese desgaste alude, también, a la capacidad que tenemos de olvidar todo aquello que hicimos, sin ser consecuentes de las repercusiones que nuestras acciones tendrán sobre los demás. Un plano ecológico que se traslada al actoral y a las actitudes y planteamientos de unos personajes que divagan ajenos a su pasado hasta que la pérdida de la esencia de cada uno de ellos se ve amenazada. Una visualización de la infelicidad más absoluta a la que Pastor le regala un último rayo de esperanza, lo que nos hace pensar que, de todas formas, nada está perdido, salvo que renunciemos a nuestra propia dignidad. 

Esta puesta en escena de Tío Vania por pate del Teatro Guindalera nos retrotrae a las múltiples obras que representaron desde el año 2000 en la sala del mismo nombre situada en la calle Martínez Izquierdo de Madrid. El gran conocimiento de la obra de Chéjov por parte de Juan Pastor nos reconcilia con el buen teatro. Un matiz que se apoya en el magnífico elenco de actores del propio Teatro Guindalera, y de ajenos al mismo que conforma esta obra. Luis Flor, Alejandro Tous, María Pastor, Gemma Pina, Aurora Herrero y José Maya dan buena muestra y ejemplo de ello.    

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 16 de enero de 2024

DELPHINE DE VIGAN, LAS GRATITUDES: LA IMPORTANCIA DE LAS PALABRAS

 


El tiempo lo difumina todo. Las ganas de vivir. La curiosidad. El amor… y la búsqueda de las palabras. Como nos dice la escritora francesa Delphine de Vigan: «Hablar es una manera de luchar». Sin embargo, el intrínseco contrasentido de esta frase se halla en que toda lucha, antes o después, conlleva la derrota. Del ánimo. Los recuerdos. Las ilusiones. Y la fidelidad a uno mismo. Y de ahí, la importancia de las palabras, por su poder de transmisión: de estados de ánimo, de conocimiento y, sobre todo, de sentimientos. En este viaje de no retorno somos conscientes de su importancia y del abismo que representa su contrario: el silencio. Ese con el que se acaba la vida y se plasma la diferencia entre la posibilidad y el fracaso. El silencio también es el socio predilecto de la muerte, aunque en ciertas ocasiones es un mero preludio de la misma, lo que le convierte en un terrible asesino. Cuando se apodera de nosotros buscamos otras alternativas y, casi sin darnos cuenta, acudimos a las miradas como vínculo de expresión de los mudos sentimientos, o al tacto y las caricias para mostrar cariño o gratitud. ¿Cuándo se acaba el habla qué nos queda? En Las gratitudes, Delphine de Vigan hace un magnifico ejercicio literario de todo aquello que ronda a la muerte y su silencio. A ese prólogo donde las capacidades físicas y mentales pierden fuerza y caen en la decrepitud del espíritu. En este sentido, la autora francesa se enfrenta a ese último pálpito desde la fragmentación de situaciones e imágenes que ese final atesoran. Y lo hace a través de frases y capítulos cortos, austeros y marcados por la teatralidad en la actuación de su protagonista, Michka. Una anciana rica en matices y expresiones que se enfrenta a su enfermedad con la desdicha de no haber mostrado gratitud hacia aquellos, que un día le salvaron la vida. Ella, como nadie, sabe que: «Envejecer es perder», pues la esperanza deja de tener sentido y el futuro ya no existe. Esa búsqueda de la gratitud no manifestada es la última llama que la sigue manteniendo viva, y el contrapunto enérgico y vital al tramo final de su vida. 

Las gratitudes representa la importancia que tiene en sí misma la búsqueda de las palabras. Esas que explora Michka, enferma de afasia, porque su hallazgo es el último rayo de luz en su mente, y sobre todo, la representación de la esencia de lo que somos y de lo que estamos hechos. Es la materia prima que todo ser humano posee: el lenguaje. De ahí que sea encomiable la gran destreza de de Vigan a la hora de elegir las palabras alternativas en la mente de Michka a las que ella quiere expresar y no puede. Elecciones que no suponen ningún impedimento para la narración, sino más bien todo lo contrario, pues nos identifican mucho más con el esfuerzo de la protagonista por hacerse entender. Es entonces, cuando la escritura se convierte en el instante práctico, y mágico, de todo aquello que nos sucede por dentro. De nuestra parte más inmaterial. Del último vómito del alma. Delphine de Vigan en esta novela, una vez más, se acerca al alma humana evitando el sentimentalismo y explorando la escabrosa frontera de las múltiples facetas de la pérdida. Para ello, se sirve de un lenguaje sobrio y directo que remarca la importancia de expresar aquello que sentimos, y de hacerlo en el momento adecuado para no llegar a perder la posibilidad de manifestarlo cuando ya sea tarde. Quizá, una de las mayores virtudes de las personas sea la de mostrar la gratitud ante la infinidad de cosas que nos rodean y de las que somos los principales beneficiarios —una virtud cada vez más en desuso, por cierto—. Una virtud que incide de una forma directa sobre las palabras y las múltiples posibilidades que nos presenta el lenguaje. Un simple gracias, muchas veces, es la mejor carta de presentación de uno mismo ante los demás. Esos otros que, en demasiadas ocasiones no visualizamos, a pesar de que se encuentren a nuestro lado. De ahí la importancia de las palabras. 

Ángel Silvelo Gabriel.

viernes, 12 de enero de 2024

AGOTA KRISTOF, LA ANALFABETA: LAS FRONTERAS Y SUS ESPACIOS CREATIVOS

 


Atravesar fronteras y espacios. Fronteras de lenguas y esperanza. Del recuerdo de los tuyos que dejaste atrás. Espacios de costumbres y vida. De objetos y lecturas. De libros que no volverás a tocar, y de poemas que nunca más leerás. Apátrida de vicios y virtudes. Rehén del olvido. En esa angosta tierra de nadie Agota Kristof da testimonio de lo vivido y sufrido desde su infancia en Hungría a su vida final en Suiza. Analfabeta de la lengua nueva. Muda de la que conoce y ama. Y, detrás, o en lo alto de una mesa o una estantería, los diccionarios. Herramientas que son como un láudano que todo lo cura. El dolor y el desasosiego. La mirada perdida y el silencio, sobre todo, el silencio. En el relato autobiográfico, La analfabeta, Agota Kristof ejerce de exploradora. Se trata de una exploradora muy especial que parte de la necesidad y la sencillez para embarcarse en esa gran tarea que es explorar las fronteras y sus espacios creativos. Espacios repetitivos, anónimos, tenaces por lo que tienen de búsqueda. De sí misma y de los otros. De esos espacios físicos que dividen los países, y lingüísticos que incrementan la soledad y el sentimiento de éxodo. La analfabeta es un viaje a la infancia y sus recuerdos. A la sencillez, arrebatada por la imposición de una realidad suicida. Al sentimiento de vacío que produce no pertenecer a ninguna parte. Apátrida más allá de la banderas y las fronteras. A ese terreno movedizo Agota le imprime su fuerza y su carácter. Una determinación que primero la llevará a aprender a hablar una nueva lengua, aunque no sepa cómo se escriben sus palabras. Las palabras llegarán después, con los diccionarios. Y más tarde las lecturas, y con ellas, la visualización de ese rayo de esperanza que es la escritura. En un momento dado de este relato, su protagonista nos dice que primero es leer: «Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en mis manos, bajos los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa /Tengo cuatro años»; y luego escribir: «Las ganas de escribir vendrán más tarde, cuando el hilo de plata de la infancia se haya quebrado, cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: “No me gustan”». Años más tarde, y de ese modo, llegará a traspasar la frontera de la lengua francesa del país en el que reside, o lo que ella llama desierto. Desierto social, cultural… 

Hay mucha belleza en la intemperie y en las palabras de Agota Kristof. A fuerza de desmanes ella sabe que lo más auténtico se encuentra en la sencillez. En las frases cortas. En el estilo directo a la hora de narrar una historia. La suya. La de su país. La de los húngaros que desaparecieron tras la invasión rusa y el sometimiento a su lengua, sus costumbres y su dictadura. A una parte de la historia del siglo XX. Aunque lo más importante de esta lectura es la posibilidad de volver a empezar, y la curiosidad que conlleva la necesidad de aprender. Y, ella, lo aborda con la naturalidad de una vida reclamada desde el arrebato y la furia del que nunca se rinde. Una lucha que acaba en el éxito, y que ella expresa de esta forma tan clarividente: «Uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe». Esa fe en sí misma y en su trabajo fue la que llevó a Agota Kristof a convertirse en una escritora reconocida, cuyas novelas han sido traducidas a multitud de idiomas. Idiomas y lenguas que ella no conoce, pero de las que siempre tendrá a mano un diccionario. Lenguas que representan las fronteras y sus espacios creativos. 

Ángel Silvelo Gabriel.